Por Leonor Espinosa
Escrito para la Revista Bocas

– Luis Pipón, ve a arriar las vacas que ya es hora de llevarlas pa’l corral – clamó Evaristo a su hijo.

De inmediato, con temor y dificultad, el niño montó a Risueña, la mula que le había regalado su padrino cuando cumplió seis años.
-Apura rápido y deja la flojera que va a oscurecer.
-No le digas “pipón”. ¿Acaso ese pelao no tiene segundo nombre? – Josefa.
-Ahora no vayas a formar una pelotera, no te metas, eso es pa que deje de comer tanta porquería.
-Ese pelao no es flojo, lo que pasa es que está lleno de lombrices. Hay que darle una tunda de guarapo ‘e caña blanca.
A la familia Canchila Badel la conocí en el festival de la cumbiamba durante una visita al municipio de Cereté, Córdoba, en abril de 2007.
Tradicionalmente, para esa época, en esta zona del norte de Colombia se dan cita múltiples conjuntos folclóricos de música y danzas de toda la región caribe. El festival tiene como principal atracción la competencia de grupos aficionados y profesionales que interpretan ritmos de cumbia, porro y puya, al compás de la gaita, las maracas, el tambor alegre y la tambora.
Cuatro días duró la fiesta.
La última noche, después de la ceremonia de ganadores y clausura del festival, mi cuerpo presentaba síntomas de sudoración, pies hinchados, piel enrojecida y con el ritmo perdido por culpa del aguardiente. A punto de darme un “yeyo”, me recosté en un taburete contra uno de los palos que soportaba la caseta.
Fue allí cuando Evaristo se me acercó, y como dicen popularmente los cartageneros, me la tiró plena.
-Ven y te enseño a bailá costeño.
Levanté mi cara y me encontré con un muchacho de aproximadamente unos 30 años y de 1,6 metros de estatura, lo miré a los ojos y solté una exclamación que se usa frecuentemente en la región:
-¡Usooooo!¡Tú si eres agallúo!
De inmediato soltó una carcajada.
-Hombeeee, seño, pensé que era cachaca.
Al momento llegó Josefa, su mujer, meciendo cadenciosamente la cadera. En su mano derecha sostenía un mazo de velas apagadas y con la otra una totuma repleta de mote de queso. Sin duda, se le veían las ganas de bailar cumbiamba. Haló una silla y la recostó justo detrás de la mía.
-No le tengo celos a la gringa – murmuró en voz baja.
-¿Ese mote es de palmitos? – pregunté.
-¡No! Tiene bleo – contestó tajante.
-Vivimos justo después del solar de la esquina, así que fui a buscarle comida a mi marido pa que aguante hasta el amanecé.
En la región sabanera se preparan diversas variaciones del mote de queso. Hacia los lados de Sincelejo, el más tradicional se elabora agregándole hojas de bledo o bleo. Otra elaboración típica de la Semana Santa es a base de guandú, queso costeño, ñame, yuca y suero, servido con el típico guiso de tomate, ajo y cebolla.
En Córdoba es tradicional el exquisito mote de palmito con queso, ñame, suero y limón; otra preparación se hace reemplazando los palmitos por berenjenas. En Montería, el mote de queso con candia y pescado, y el frijolito cabeza negra con carne salada, son muy apetecidos.
Para mí, el mejor de todos es el de bocachico ahumado que se prepara en San Marcos, Sucre.
Sonó una cumbia y Josefa Badel se dirigió a la pista con movimientos elegantes y señoriales, deslizó los pies sobre el piso sin levantarlos en una posición serena y erguida. Su pollera se enalteció de forma pausada. Evaristo empezó a marcarle el ritmo elevando el talón del pie derecho y con sutil galantería a cortejar sensualmente a su joven mujer.
Al día siguiente, con una gran resaca, me dirigí a la finquita de los Canchila. Estaba invitada a comer una viuda de carne salá.
-Dentre, bienvenida a esta humilde vivienda – dijo en coro la familia.
Evaristo me recibió con un gran abrazo y me presentó a sus dos hijos. Luis el Pipón tenía un palito de escoba entre las piernas jugando a ser jinete. La diminuta Eloísa, vestida con un pantaloncito corto de color fucsia, la nariz mocosa y con un conito de papel relleno de buche ‘e pavo, extendió la mano para generosamente ofrecerme un delicioso dulce artesanal preparado con ajonjolí recubierto de pastillaje.
-¡Doctora! – exclamó Josefa –, usté que es una persona estudiada, asesórenos en un negocio.
-Aquí hay un docto’ que vendió unas cabezas de ganao y viene ahora a proponernos comprar la finquita.
Don Abel, un hombre loriqueño, llegó faltando tres minutos para las doce del día acompañado de una de sus “querías” a quien deseaba regalarle una propiedad. A pleno sol caliente y “encendío”, como afirmó, saludó efusivamente a Evaristo.
Iniciamos el recorrido entrando por la puerta del corral.
El hombre de Lorica preguntó:
-¡”Oooooh, Evaristo!, ¿y esa mata llena e puya de qué e’?”.
-Esa es una planta llamada bleo, una mata decorativa.
A lo que doña Blanca, la mujer de Abel respondió:
-¿Decorativaaaaa? Si compramos la fincha, Abel, esa mata no sabe ni el ñame que va a lleva’…